A primera vista, los textos breves parecen asunto ligero y superficial, propio de cómicos, “showmen”, manipuladores o propagandistas. Sin embargo, elegir las palabras más convincentes, elevadas y persuasivas para comunicar es tarea noble como pocas, a la que se han dedicado mentes y poetas de todos los tiempos.
La capacidad de síntesis es imprescindible en la comunicación, siempre marcada por la actualidad y otros condicionamientos de tiempo y espacio. Se hace necesario interesar, convencer, conmover, ayudar o llevar a la acción en tiempos escasos: encontrar resúmenes que indiquen exactamente qué diferencia una marca, institución o idea de las demás.
La necesidad de frases cortas e inteligentes ha hecho que en la publicidad brillen los escritores. David Ogilvy, Leo Burnett o Bill Bernbach hicieron su aprendizaje redactando anuncios. Pero el impacto de los textos breves va bastante más allá de la publicidad. Los guiones de cine son ricos en citas memorables. Los políticos buscan grandes frases, siguiendo la fecunda tradición anglosajona que ha dado a Lincoln, Churchill o Martin Luther King. Pensándolo bien, el buen uso de las palabras es parte imprescindible del trabajo en las actividades profesionales que desempeñamos en esta era que algunos llaman “de la comunicación”.
Algunos pensaban que el desarrollo de Internet supondría el "golpe de gracia" para la escritura, ya debilitada durante décadas por la televisión. En realidad, la red genera nuevas oportunidades para el texto. Personas que no escribían han vuelto a hacerlo en blogs o páginas web. Tenemos que escribir correos electrónicos o mensajes para Whatsapp, Facebook, LinkedIn o Snapchat. Twitter es también texto, y resulta, con frecuencia, un elenco de citas valiosas, aunque sólo se disponga de 140 caracteres.
A veces, los textos breves adquieren vida propia y la transmisión oral desfigura su significado original, provocando tópicos, errores y confusiones. Algunos dan lugar a mitos o "leyendas urbanas" que conviene aclarar. Pero los textos reflejan los ideales, y pueden ser fuentes de optimismo y esperanza, exponentes de los elementos de humanidad que son connaturales a la comunicación.
Puede que los textos tengan que ser ahora más breves (tampoco estamos seguros de eso), pero eso no disminuye su valor. La mayor parte de las palabras se las lleva el viento. Pero las mejores perduran y resisten el paso del tiempo. Escribir sigue siendo tan vital como siempre. ¡Larga vida al texto!
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