Creativo, genial, amigo del arte y las soluciones inesperadas, D. Alfonso fue un visionario en el mejor sentido de la expresión: iba siempre más allá de las expectativas a base de pensar con magnanimidad. Culto y profundo, la mera descripción no le interesaba; quería mejorar los medios con su investigación. Dotado de una gran juventud mental, nunca pensó que cualquier tiempo pasado fue mejor. Por eso se entusiasmó con las posibilidades de la comunicación digital, que pone el mundo "en la palma de nuestra mano”.
La amistad y los detalles de afecto eran esenciales para él. Fue un caballero y un trabajador infatigable que hizo disfrutar a muchos con su sentido del humor y sonora risa (D. Alfonso pensaba que había que tomar el buen humor en serio).
Le echamos de menos, pero su legado nos enriquece: claramente, vamos "a hombros de gigantes". Ahora nos toca preservar su memoria y difundir su herencia humana e intelectual.
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