Hoy se habla mucho de reputación. Personas, marcas e instituciones deben tener buena reputación offline y online, "gestionar su reputación", tener buena marca, hacer "personal branding", etc. Ciertamente, hay que esforzarse por ser coherentes y tener una trayectoria impecable, abierta a las rectificaciones que sean necesarias. Todo eso está bien.
Pero quizá sea mejor hablar de confianza. Instituciones, personas y marcas debemos aspirar a ser dignos de confianza. El concepto de reputación parece más centrado en la apariencia, en "parecer". La preocupación por la reputación puede hacer que nos volquemos "hacia fuera" en lugar de estar pendientes de crecer por dentro. Hay que estar pendientes de qué dicen los demás, pero sobre todo hay que empeñarse en mejorar la calidad del propio discurso, los propios "productos" y la propia conducta.
La confianza no se impone ni se gestiona. La confianza se inspira: esa es precisamente una de la cualidades de los líderes. En efecto, seguimos instituciones, marcas y personas fiables, que brillan por su lealtad y solidez. Personas y empresas contrastadas, que no sólo tienen seguidores sino que consiguen formar nuevos líderes.
Si no logramos la confianza, la reputación no es más que "cosmética" (en el peor sentido de la palabra). Bonito reto para instituciones, marcas y personas.
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