Abraham Lincoln (1809-1865) es un personaje bien conocido en la
historia, prototipo de líder magnánimo e inspirador. De Lincoln se puede aprender mucho: a tener grandes ideales (cosas que parecían imposibles, como la
abolición de la esclavitud); a ser generosos, sabiendo
perdonar; a contar grandes historias y tener sentido del humor (quienes estaban a su alrededor lo pasaban francamente bien); a superar
dificultades gigantescas (las tuvo de todo tipo: familiar, personal,
político...); a leer mucho (casi no tuvo educación
formal y lo aprendió todo en los libros que devoraba). También fue un entusiasta del teatro, por cierto.
Fue un político
de miras altas, pero también astuto y capaz, con un sentido del
"timing" impresionante. Pero quizá lo más llamativo es cómo forjó relaciones de trabajo con supuestos "enemigos", dentro y fuera de su
partido; grandes personalidades como Seward, Bates, Chase o
Stanton, las piezas clave de su "gobierno de
rivales". Ninguno tenía buen
concepto de Lincoln. Pero él conocía sus cualidades y los integró en su
equipo, ganándolos con paciencia para su causa. Para lograrlo tuvo que pasar por alto con elegancia ofensas, rencores y desacuerdos. Un buen ejemplo para directivos y
personas interesadas en alcanzar grandes metas trabajando en equipo con
muchas otras personas.
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