La política, en efecto, es el lugar de la solidaridad y el bien común. Pero se ha convertido en escenario de batallas por el poder que hacen sospechar a los ciudadanos que todos los políticos son iguales. Los políticos y sus asesores de comunicación han dejado completamente de lado la verdad. Se centran en el miedo; difunden mensajes simplistas y esquemáticos que siembran la polarización y dificultan las alianzas que reclama la crisis.
En un contexto así, la ciudadanía se decanta por la opción menos mala y se impone el escepticismo. La opinión pública percibe que la clase política va a seguir enzarzada en peleas mientras se aplaza la solución de los problemas. La política está huérfana de ejemplos e ideales grandes. Parafraseando a Esteban López-Escobar, la comunicación se ha convertido en "pseudocomunicación". Sobran estrategias y herramientas: hay mucha propaganda, pero falta verdadera comunicación.
Hay otra forma de hacer política y comunicación. Si abrimos las ventanas y entra aire fresco, la verdad, la solidaridad y el bien común volverán, el talento regresará y los ciudadanos tendrán más soluciones. La transparencia será una ayuda para conseguirlo: no eliminará completamente la corrupción, pero la expondrá y la hará más difícil.
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